Carta a Darwin, 1859
Octubre de 1859, Perthsire
Querido Darwin: Acabo de leer tu obra y estoy muy contento de haber hecho lo que pude, junto con Hooker, para persuadirte a publicarla sin esperar al momento, que probablemente nunca habría llegado aunque te convirtieras en centenario, en el que hubieras preparado todos los hechos sobre los cuales fundamentas tantas magnas generalizaciones.
Es un espléndido ejemplo de razonamientos cercanos y argumentos ampliamente sustentados a lo largo de muchas páginas, de una acumulación inmensa, demasiado grande quizá para los no iniciados, pero con una efectiva e importante declaración preliminar, que admití incluso antes de que aparecieran tus detalladas pruebas, con algunos útiles ejemplos ocasionales, tales como tus palomas y cirrípedos, que usas de modo tan excelente.
Quiero expresarte que cuando se te reclame pronto una nueva edición, como espero absolutamente, insertes aquí y allá un caso real, para aligerar el vasto número de proposiciones abstractas. En lo que me atañe, estoy tan bien dispuesto a aceptar tu relación de hechos, que no creo que añadan gran cosa las piezas justificativas cuando se publiquen y desde hace tiempo he visto con claridad que si hay que hacer alguna concesión todo lo que alegas en tus conclusiones lo probará.
Esto es lo que me ha hecho dudar tanto tiempo, sentir siempre que el caso del hombre y sus razas y el de otros animales, y el de las plantas, son uno y el mismo, y que si hay que admitir por un instante una causa verdadera, frente a una meramente desconocida e imaginaria, como la palabra “creación”, todas las consecuencias han de derivarse de ella.
Me temo que no tengo tiempo hoy, puesto que me estoy yendo de aquí, para prodigarme en comentarios variados y expresarte cuánto me he deleitado con Islas oceánicas – Órganos rudimentarios – Embriología – Clave genealógica de los sistemas naturales – Distribución geográfica; y si pudiera seguir tendría que copiar los títulos de todos tus capítulos.
Con mis cordiales felicitaciones por tu magnífico trabajo,
Charles Lyell