Carta a Leonard Horner, 1854
Enero de 1854, Madeira
Querido Horner: Estaba deseando enviarle algún informe sobre mis resultados geológicos en Madeira, pero he estado tan activamente ocupado sobre el terreno que difícilmente tenía tiempo para escribir mis notas cada tarde. Además, voy modificando de modo continuo, y mejorando según espero, mi perspectiva sobre la estructura de la isla, que excede mucho en interés a todo lo que yo había anticipado, así como en pintoresca belleza a cualquier territorio de esa extensión que yo haya visto, sin exceptuar a Suiza.
Los acantilados y los numerosos barrancos, de gran profundidad unos y otros, muestran las rocas perfectamente, pero los barrancos y los profundos valles dificultan el ir de un sitio a otro, aunque parezca un sencillo paseo matinal. Los caballos escalan de modo admirable e incluso saltan pasos rocosos, a lo que no estoy acostumbrado, y me siento más seguro que sobre mis propias piernas.
Mi compañero, Mr. Hartung, es muy meticuloso y sus actividades agrícolas, botánicas y geológicas le han permitido conocer bien la geografía física y el idioma y un poco de geología durante los tres últimos inviernos; así que me ayuda mucho y es un buen estudioso. También dibuja de manera aceptable y mejora cada día.
Me ha producido satisfacción que Smith de Jordanhill estuviera en lo cierto al atribuir un origen subaéreo a las rocas volcánicas de esta isla, aunque después Vernon Harcourt haya puesto en duda su opinión. Ya he visto más que cualquiera de ellos y he visitado la única zona donde las formaciones marinas se hallan sobre el nivel del mar. Alcanzan una altura, no de 1600 pies, como se había informado, sino de 1200, medidas por mi barómetro. He encontrado guijarros de erosión marina de las típicas rocas volcánicas de Madeira en estos mismos lechos, conteniendo corales y conchas marinas; tales guijarros no se encuentran en los conglomerados volcánicos que a todo lo largo de la isla contienen fragmentos angulosos arrojados por las explosiones.
Hay un ejemplo de un lignito impuro, un lecho foliar, bajo el basalto, en el que he sido el primero en encontrar hojas; una mezcla tan grande de helechos con hojas de dicotiledóneas como las que Charles Bunbury ha visto en todas las formaciones terciarias. Ha encontrado como cinco especies de helechos, Pecopteris, Sphenopteris, Adiantites y aún no ha examinado completamente todos mis especímenes, la mayor parte de los cuales los he conseguido a través de un campesino, al que mantengo trabajando desde que encontré el sitio, que como la mayoría de los mejores emplazamientos geológicos de aquí es bastante inaccesible. Realmente uno debería tener una tienda de campaña, tanto es el tiempo que se gasta en ir y venir, pero hay mucho que ver por el camino, lo que compensa el esfuerzo.
Respecto a la gran pregunta de si el Curral es o no es un cráter, que le interesará a Darwin, he decidido que no. En general esta isla confirma su doctrina de que si todos los valles hubiera sido tallados sólo por ríos serían muy estrechos, por mucha profundidad que tuvieran, y que el mar es la gran potencia ensanchadora. Entonces hay que plantearse la cuestión de si los dos principales valles centrales de Madeira, el Curral y el de la Sierra de Agoa, podrían ser tan anchos como son debido solamente a la erosión fluvial e hídrica, ayudada por el levantamiento gradual de las rocas hasta la altura de 1200 pies, y quizá más, que han alcanzado los estratos marinos, levantamiento durante el cual imagino que el domo llano original adquirió una forma más convexa, de conformidad con la teoría de la elevación, dado un tiempo suficiente para que tuviera lugar dicho levantamiento. Pero encuentro los lechos mucho más cercanos a la horizontalidad en la región central, donde están a la mayor altitud, y su inclinación entre los 3º y los 7º nunca se halla lejos de los valles centrales, al contrario de lo que se dice que ocurre en la Caldera de La Palma. Además, estos valles centrales se dirigen hacia el mar de modo radial, hacia el norte y hacia el sur, de manera distinto al caso de La Palma; el domo era de forma elíptica, puesto que no había un volcán habitual, sino una cadena de hendiduras, como unos Andes en miniatura.
En medio del eje de la cadena se ve amontonado material volcánico subaéreo, a 4000 pies de profundidad. Los basaltos se acumularon entre los numerosos conos de erupción, fluyendo luego en todas direcciones, encontrando y enterrando en ocasiones conos laterales, algunos de los cuales son visibles en los altos acantilados. Lo que me resulta sorprendente es que las capas de basalto son escasas, si acaso las hay, más inclinadas que en su comienzo, en las áreas más cercanas al gran foco de erupciones, mientras que alcanzan una pendiente de 9º a 13º según se alejan, y a veces incluso más. Los diques son innumerables en la región central y hay menos cerca del mar, excepto allí donde un eje transversal o de norte a sur se bifurca, representando a menor escala un epítome de la isla entera. Uno de estos, en Cabo Girao, presenta su anatomía claramente expuesta en un acantilado casi vertical de 1600 pies de alto, en el que he contado 120 diques, algunos de ellos avanzando desde la base del acantilado hasta la cima. Incluso en esta sección los basaltos son más horizontales donde los diques son más numerosos. Los ríos modernos han dejado lechos de guijarros de 100 y 130 pies de alto sobre los cauces actuales; los precipicios que los rodean son tan escarpados que los más altos no pueden subsistir, porque son socavados y se derrumban.
Con el cariño de siempre, Charles Lyell