Carta a Leonard Horner, 1854
Lazareto, Santa Cruz de Tenerife, 21 de febrero de 1854
Querido Horner: Aunque sólo dispongo de tiempo para darte un breve esquema de los resultados del trabajo de mis últimas dos o tres semanas en Madeira, debo esforzarme en hacerlo antes de ser absorbido por este nuevo campo de interés en las Canarias. Finalmente encontré lechos de guijarros, que creo que fueron transportados por los ríos, bajo las corrientes de lava de Madeira y al igual que las plantas fósiles a las que aludía en mi última carta, y otras más que seguí descubriendo hasta el final, estos guijarros prueban que hubo allí una isla volcánica producida a partir de una serie de erupciones subaéreas.
Tuve también la satisfacción de encontrar un conjunto de lavas traquíticas y tobas de 900 pies de espesor, en Porto da Cruz, todas ellas más nuevas que una serie de basaltos más antiguos y de mayor pendiente, indicando que un tipo de movimientos se había acabado y que la erosión de un grupo de valles se había completado antes de que se iniciaran algunas partes importantes de las operaciones volcánicas. Comprenderás que tales conclusiones, que afectan al nordeste de la isla, se hallan acordes con las diferentes edades que he atribuido a los lechos de Cabo Girao, en el sur. Fui capaz de probar mediante repetidas visitas a esa gran sección de acantilado marino que la yuxtaposición de lechos de fuerte inclinación y horizontales se debía a una gran dislocación, pero no quiero insistir en ello ahora.
Además de algunos lechos de gravilla aluvial erosionados por el agua, cubiertos por lavas traquíticas en Porto da Cruz, encontré en Camera de Lobos, cerca de Funchal, algunos aluviones de toba, con bloques ligeramente erosionados, cubiertos por capas de basaltos columnares. Pero tras nueve semanas de búsqueda nunca encontré ningún lecho de río que contuviera lava, ninguna grava fluvial antigua que conformara los valles actuales o que se aproximara siquiera a una posición coincidente con lo que actualmente son los niveles más bajos sobre los cuales hubiera corrido una colada de lava. Supongo, por tanto, que durante su crecimiento Madeira no fue como Auvergne o la comarca española de Olot, sino como el Etna, donde no hay torrentes o ríos o manantiales, ni siquiera en el Valle del Bove, donde el ganado ha de ser alimentado con el agua de la nieve derretida, o como el Mauna Loa, en las Islas Sandwich, donde un domo de dimensiones mucho mayores creo que es descrito por Dana como carente de agua corriente, aunque no falte la lluvia.
Von Buch vio poco de Madeira o ciertamente la hubiera considerado un cráter de elevación. Aunque el Curral y la Sierra de Agoa, los dos grandes valles de elevación, fueran tomados por cráteres y considerados como valles de erosión, incluso así Madeira se parecería al Mont d’Or y al Cantal en carecer de un gran cráter central, todo lo más. La existencia de un depósito marino en un punto al norte del eje este oeste, que alcanza unos 1200 pies sobre el nivel del mar, muestra que aquí, como en el caso del Etna y del Osma, hubo levantamientos de alguna forma y hasta cierto grado, y en Madeira, como en el caso de los volcanes napolitano y siciliano, las erupciones más tempranas fueron submarinas, porque las conchas y los corales están asociados con toba y fragmentos volcánicos rodados. Pero además de esto, algunas masas de lava sólida lejos del eje central se hallan tan inclinadas como para implicar que la mayor parte del movimiento principal fue de un tipo tal que produjo que los lechos se hundieran, más allá de la fuerza de la erupción; aunque como he dicho antes, hay amplios espacios en las grandes elevaciones, de 2200 a 5000 pies de altura, donde hay mesetas en el centro de la isla o cercanías en las que los lechos de basalto tienen una escasa inclinación, no mayor de la que imagino que deben haber tenido en su origen. A este respecto Madeira difiere de La Palma y Tenerife, al menos por lo que sé de estas últimas a través de las descripciones de von Buch.
Un gran porcentaje de los diques son más antiguos que los basaltos inclinados, y otros son de la misma edad, y nos parecería un poco paradójico que encontráramos que la gran explosión y el levantamiento se hubieran demorado hasta que toda la energía volcánica ordinaria se hubiera agotado, aunque quizá podamos imaginar que cuando se cerró la válvula de seguridad la fuerza subterránea podría emplearse en levantar e inyectar las rocas de debajo. Veamos entonces si podemos reconciliar las diferentes teorías académicas de erupción y levantamiento, de modo que con la ayuda de ambas podamos dar cuenta de los hechos de carácter conflictivo que he observado.
En primer lugar, tenemos abundante evidencia de que si nunca hubiera habido un levantamiento en ninguna parte de la isla, Madeira habría sido una isla elevada, de unos 4500 pies de altitud, formada por una prolongada serie de erupciones supramarinas, consistentes de principio a fin en tobas volcánicas, conglomerado y escoria, lapilli, cenizas y lavas, y basaltos levemente inclinados fluyendo en todas direcciones, este, oeste, norte y sur, a lo largo de millas, quizá más allá de los actuales límites de la isla, y no bajo el mar. Tengo fósiles, hojas de helechos y de dicotiledóneas (más de 150 especímenes) que muestran que antes de que ello ocurriera la isla estaba cubierta de vegetación. En el Curral lo vemos muy adentro en el interior, hasta a 1700 pies sobre el nivel del mar, y eso en mitad de una isla con más de 6000 pies de altitud. No hay señales ahí de corales ni de conchas, ni de que se haya producido la erosión de las aristas de las piedras incrustadas en los conglomerados, como invariablemente encontré en los conglomerados volcánicos marinos de Porto Santo y San Vicente.
Por tanto, esta hipótesis del levantamiento de la isla, lejos de explicar su estructura, nos envolvería en muchas perplejidades. En primer lugar, no hay playas elevadas de guijarros, ni tobas conteniendo conchas, un lecho foliar sólo a 900 pies sobre el nivel del mar, cubierto por tobas y lavas de 1200 pies de espesor, etc. La sugestión de Mr. Smith (de La Orotava) de que algunas partes de la costa de la isla se han hundido después del período volcánico podría quizá explicar mucho más, pero no debatiré ese punto de vista por el momento.
La conclusión a la que voy llegando es esta: que hubo una prodigiosa sucesión de períodos de erupciones volcánicas, tanto a lo largo del eje central de erupción este oeste, como a lo largo de ciertas líneas norte sur, y finalmente, en una época posterior, a lo largo de la costa. En esta pequeña cordillera, de treinta o treinta y cinco millas de largo, tal como sucede en la mucho mayor de los Andes, no todos los volcanes estuvieron activos al mismo tiempo. Algunos se habían extinguido en edades anteriores a que otros entraran en erupción; sin embargo, había tal semejanza entre los productos de todos ellos y en el modo de hender, inyectar y dislocar las rocas ya formadas que el resultado general a lo largo de toda la cordillera fue muy uniforme, casi con la misma composición y estructura general, de modo que sólo tras mucho estudio podrían descubrirse las numerosas excepciones locales.
Pero debo concluir, porque la llegada del vapor de Cádiz nos ha determinado a valernos de su ayuda para visitar Gran Canaria, y Mary, Mr. Hartung y yo, salimos para allá mañana por la mañana; así que le dejaré a otros enviarte todas las noticias no estrictamente geológicas.
El clima de Madeira era como el de un buen verano inglés, nunca demasiado caluroso para el trabajo de campo, y nunca frío, ni siquiera cuando uno estaba húmedo por una ducha. Aquí, en los pequeños terrenos del Lazareto, por los que se nos permite pasear, los señores Bunbury y Hartung recogieron cuarenta y ocho plantas silvestres en flor.
Con cariño para todos y mi afecto para ti, Charles Lyell