«'¡El Pico, el Pico!' Rápidamente nos frotamos los ojos, aún adormilados, y subimos a cubierta. Efectivamente, allí estaba la codiciada montaña, cuyos perfiles se acusaban vivamente a nuestra vista. La grandiosa pirámide, de regulares contornos, dibujábase clara y rotundamente, destacando su tono gris plateado sobre la bóveda celeste…»
Ernst Haeckel. ”Una ascensión al Pico del Teide" (1867).
El Teide, por su gran altura y posición estratégica, probablemente sirvió de referencia a los primeros marinos que se aventuraron en el atlántico. Desde el siglo I a.n.e. hay restos que atestiguan la llegada de diferentes pueblos a nuestras islas. Con el tiempo, su imponente figura emergiendo sobre las aguas del océano fue objeto de muchos mitos. Hasta el s. XVIII se le consideró la montaña más alta del mundo pero ya desde finales del XVII algunos viajeros observaron que otras cumbres tenían mayor elevación. Louis Feuillée escribe en su diario que la cordillera de Santa Marta, en el nuevo mundo, se divisaba desde el mar a mayor distancia que el Pico Teide. Este fraile francés vino a Canarias en 1724 por encargo de la Academia de Ciencias de París. Su misión tenía, entre otros objetivos, la medición de la altura del Teide. Fue la primera vez que se utilizaron métodos científicos para hallar su altitud, por lo que este viaje es considerado la primera expedición científica al archipiélago. Sin embargo los cálculos trigonométricos de Feuillée dieron un resultado no demasiado exacto, unos 4.313 m.
Conocer la altura del Teide era importante en aquella época para la navegación. Con este dato y las coordenadas geográficas del Teide, cualquier barco que lo divisase podría calcular su propia posición y corregir el rumbo, si fuera necesario. En el s. XVIII los viajes de Europa a América y al Pacífico bordeando la costa africana, y todos ellos pasando por Canarias, suponían un gran riesgo. Se navegaba sin conocer la situación exacta al no contarse con un buen método para determinar la longitud a bordo, ni tampoco con mapas fiables. Todos estos problemas se abordan con empeño en este siglo, sobre todo por los gobiernos de Francia e Inglaterra, las potencias más poderosas del momento.
Tras la medición de Feuillée, en los siguientes años se proponen nuevas estimaciones poco fiables, hasta la obtenida por el caballero francés Jean Charles Borda. Este marino, ingeniero y científico francés, viene a Tenerife dos veces. En su segunda expedición, en 1776, obtiene un resultado de 3713 m para la elevación del Pico. Éste es el primer cálculo exacto del mismo.
El siglo XVIII viene marcado en Europa por la Ilustración. Este movimiento ideológico profesa la creencia en la razón humana como instrumento para combatir la ignorancia, la superstición y la tiranía, y pretende construir un mundo mejor, de orden y progreso, que haga al ser humano más feliz. Dos grandes acontecimientos históricos de este periodo son la Revolución Industrial iniciada en Inglaterra a mediados de siglo y la Revolución Francesa de 1789.
Este espíritu ilustrado hace posible cambios teóricos sustanciales, como el relativo a la edad de la Tierra. Hasta entonces el cálculo de su antigüedad se fundaba en los relatos bíblicos. El arzobispo irlandés Ussher, en 1658, publicó un estudio según el cual la creación de la Tierra se había producido al anochecer del sábado 22 de octubre del 4004 a.C. El progreso de las investigaciones sobre el suelo estratificado y los fósiles proporcionó nuevas fuentes para medir la edad de la Tierra. La fecha de su creación pasa de ser un asunto religioso a formar parte de los problemas de la comunidad científica. En 1774, el conde de Buffon, naturalista francés, mediante un experimento de laboratorio, calcula que la Tierra tiene al menos 75.000 años.
Los avances científicos y tecnológicos, el auge del comercio y los intereses de los grandes estados europeos propician los viajes hacia las nuevas tierras. En las expediciones a América, Canarias era el último contacto con el viejo mundo, siendo el puerto de Santa Cruz de Tenerife el principal punto de aprovisionamiento de las naves. Los científicos de estas expediciones encontraron en el archipiélago un lugar de estudio singular por su naturaleza volcánica, su vegetación y su orografía. Venían cargados de instrumentos: anteojos, brújulas, semicírculos, cronómetros, sextantes, barómetros; otros los construían ellos mismos al llegar porque, a decir verdad, en las islas había poco conocimiento de estos aparatos.
Por aquella época del setecientos, la mayoría de la población canaria era campesina con unas condiciones de vida bastante precarias. En momentos críticos, como el producido por el desvío hacia Portugal del mercado vinícola inglés o las hambrunas debidas a la sequía, no había más salida que la emigración. Los órganos de gobierno estaban en manos de una minoría formada por nobles terratenientes y burgueses comerciantes. Los primeros eran los descendientes de los conquistadores entre quienes se habían repartido las tierras y el agua de las islas. Los segundos, casi todos extranjeros, llegaron atraídos por el tráfico de barcos con sus mercancías exóticas. Este modelo de sociedad no impide, sin embargo, la entrada de las ideas ilustradas. Son nobles, burgueses y clérigos quienes impulsan este movimiento, creándose sociedades, como la Económica, y tertulias, como la de Nava. Fruto de su influencia es la demanda a la Corona para establecer una Universidad en La Laguna, por entonces capital de la isla.